La clave para aprender Tai Chi - Escuela Zoreda

Mi fascinación por el Kung Fu empezó cuando tenía unos 5 o 6 años. En alguna cadena de televisión empezaron a reponer capítulos de la mítica serie de David Carradine llamada Kung Fu. Mi padre, que la había visto de niño, me sentaba con él cada domingo para ver cómo se las componía aquel taciturno viajero para solucionar los muchos entuertos en los que se veía envuelto, siempre intentando evitar la violencia.

Aquella serie con aires de western y profundas reflexiones filosóficas me caló hondo. La sabiduría del maestro Po, sus consejos en la memoria de su discípulo Kwai Chang Caine y su carácter introspectivo pero firme y valiente, me impresionaron y dejaron en mí un concepto muy claro de lo que eran las artes marciales. Un camino de vida.

Pocos años después comencé a aprender Karate, ya que aunque yo quería aprender Kung Fu, era demasiado pequeño para apreciar la diferencia. Con 24 años conocí y empecé a aprender Tai Chi y por fin entendí que eso era lo que había estado buscando.

Los primeros años estaba fascinado y entrenaba todos los días, algunos días varias horas. Mi entusiasmo contrastaba con la poca disposición de mis maestros a responder a mis preguntas y su actitud reservada y celosa se me hacía extraña. Veía entreabierta la puerta a un mundo apasionante en el que siempre había querido sumergirme y sus negativas estuvieron a punto de hacerme desistir. Pero no lo hice.

Después de varios años resignado a vivir con tantas preguntas sin responder, conocí a mi maestro, Manolo Mazón. En mi primer entrenamiento con él me di cuenta de todo lo que no sabía y pude intuir todo lo que podía llegar a aprender. En ese momento se abrió la puerta y comenzaron a llegar las respuestas.

Pero la euforia no es una buena aliada en la adquisición de conocimiento y el Tai Chi es un arte que se estudia y se asimila con paciencia y esmero. En los meses siguientes quise aprenderlo todo, estar en todas las clases, en los cursos, entrenamientos, campeonatos… Pero comencé a sentirme muy frustrado y desorientado; no era capaz de asimilar todo lo que se presentaba ante mí.

Afortunadamente Manolo es un maestro, y como tal, supo usar las palabras adecuadas para calmar mi espíritu y centrar mi mente. Él me contó esta historia que te transcribo aquí y que refleja de una manera muy poética, sutil y acertada la única manera de aprender Tai Chi.

El jardín del Tai Chi

Un día llegó un joven luchador a una pueblo buscando un maestro del famoso estilo Tai Chi Chuan. Le dijeron que por allí enseñaban. Preguntó y le dieron razón de un maestro. Fue a verle y le comentó que quería aprender y le pidió que lo aceptara como alumno.

El maestro quiso indagar sobre este viajero para ver cuáles son realmente sus intenciones escuchándole primero. Permaneció en silencio y el aspirante, inquieto, le preguntó:

– Me han dicho que usted es un  maestro. ¿Cuánto tiempo necesito para aprender bien el arte del Tai Chi Chuan?

-Tres años.

– Está bien – dijo el aspirante – ¿Y si trabajara el doble que uno de sus alumnos?

– Pues seis años – dijo el maestro.

El joven atónito, se preguntaba: ¿cómo puede ser que trabajando el doble tenga que emplear más tiempo?

– ¿Y si trabajo el triple? Preguntó de nuevo el aspirante.

 El maestro se quedó pensando y le contestó.

 – Pues… nueve años

El joven, totalmente desconcertado, no entendía nada y pensaba que aquél viejo se había vuelto loco. El maestro, viendo el desconcierto de ése joven, le llevó hasta un jardín y le dijo:

– Anda por ese jardín, crúzalo y vuelve.

El viajero cruzó y volvió aún más confundido. Entonces el maestro le preguntó:

– ¿Viste las piedras que adornan el paseo a un lado y a otro?

El joven no entendía nada y antes de que respondiera, el maestro replicó:

– Estaban colocadas ahí, ¿verdad? Vuelve a cruzarlo y fíjate bien durante tu camino.

El joven volvió a hacerlo fijándose mejor, y a su vuelta el maestro le preguntó.

– ¿Cuántas flores hay a izquierda y derecha?

El aspirante dio media vuelta y repitió de nuevo su paseo. Después de unos minutos volvió junto al maestro.

– Hay 250 – respondió.

– Bien, y ¿cuántas había blancas, amarillas, azules y rosas?

– Eso no me lo dijo – contestó. Animado por la curiosidad se giró de nuevo para adentrarse en el jardín.

Tras un tiempo, terminó de contarlas y se volvió a dirigir hacia el maestro para darle una respuesta. Cuando estaba cerca, éste le preguntó, sin dejar que hablase.

– ¿Y cuántas hay de esta, esta y esta altura? ¿Pudiste notar su olor? ¿Te acercaste para notarlo? Cuando pasaste cerca de aquel árbol ¿viste los tres pájaros que se  posaron en él? Ellos desde sus ramas te estaban observando. ¿Notabas el viento en tu cara y  qué dirección llevaba? ¿Escuchabas tus propios pasos al caminar?

Aquel desesperado joven no sabía qué decir…

El maestro continuó preguntándole y al final, viendo la confusión del viajero, explicó:

– El Tai Chi Chuan es como el jardín, hay que descubrirlo poco a poco y sin prisa, para ir degustándolo y practicar viviendo el presente sin buscar el final. Respetar el entrenamiento de otros y perseverar para mejorar día a día.

Para aquel viajero, había comenzado su primera sesión de Tai Chi Chuan.



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